Algo nuevo: mi vestido de novia.
Algo viejo o usado: los pendientes de perlas que lucí el día de la boda de mi hermano.
Algo azul: la liga que me regaló mi amiga Mari.
Algo prestado: el perfume egipcio de mi amiga Elena.

Sobre la cama mi anillo de prometida, chaqueta, abanico y zapatos de novia a los que añadí un detalle muy especial: nuestras iniciales.

Tenía todo listo para disfrutar del gran día siguiendo al pie de la letra lo que manda la tradición.

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Mientras mi cuñada me ayudaba a vestirme me invadían un montón de recuerdos de los preparativos de la boda. Algunos los recordaba con alegría: vestido, prueba de menú, prueba de peinado y maquillaje, detalles de boda… Otros con tristeza: lluvia, juzgado, disgustos con algunos invitados… pero al enfundarme en el vestido se me olvidaron todos por completo.

El primero en verme vestido de novia fue mi padre. Así lo manda la tradición y así quería que fuese. Fue una sensación que aún no soy capaz de explicar con palabras pero recuerdo que casi rompí a llorar al ver cómo me miraba mi padre. Para mi ese fue uno de los momentos más especiales e importantes del día.

En mi casa también esperaban mi madre, mi hermano, mi cuñada, mi sobrino, las damas de honor y el padrino, encargado de traerme el ramo y leerme el discurso como manda la tradición en Cataluña. Mi padrino fue el mejor amigo de mi marido y, después de 12 años, puedo afirmar que mi mejor amigo también. Una de las personas más buenas, humildes y leales que conozco así que imaginate cuánto me llegué a emocionar cuándo escuché sus palabras. Al finalizar su discurso, me entregó el ramo y una cajita que contenía la pulsera que, por supuesto, lleve el día de mi boda.

Sé que lo de las damas de honor suena más bien a una película americana pero es la forma con la que quise homenajear a algunas de las amigas que me ayudaron en mi boda.
No fueron vestidas del mismo color porque no quería imponer nada a nadie pero si lucieron un corsagé con una flor de seda blanca, igual que lo hicieron las testigos de la novia y la novia del padrino, que les regalé a todas.

Llego el momento de partir y al mirar el reloj me di cuenta de que salíamos de casa justo a la hora de la ceremonia. Iba a llegar media hora tarde y el novio ya estaba allí pero no me puse nerviosa porque sabía que él me iba a esperar tarde lo que tardase.

Al llegar al lugar de la ceremonia el corazón se me empezó a acelerar pero al bajar del coche recuerdo que estaba completamente serena.

Lo que se siente al recorrer el pasillo al altar es de esas sensaciones que sólo se viven una vez en la vida. Te sientes la protagonista de un cuento en el que todo el mundo te mira a ti pero tú no puedes mirar a nadie más que no sea el novio. Yo recuerdo que me piropeaban y yo no podía apartar la mirada de la del novio. Me miraba como si acabase de enamorarse de mi y recuerdo que al llegar a su lado y darme un beso, empecé a temblar, cómo temblaba el día de nuestra primera cita.

Y empezó nuestra ceremonia. Elegimos una ceremonia civil, al aire libre, en los jardines de la masía dónde celebrábamos el banquete. Fue un acto sencillo en el que quisimos que nuestra amiga Elena, la misma que acompañaba al altar al novio, leyera unas palabras. Su discurso es otro de los momentos que jamás olvidaré. Contó a nuestros invitados detalles de nuestra historia de amor que, a veces, con el tiempo y con los enfados, desgraciadamente, se olvidan.

Después del consentimiento, el intercambio de alianzas y el beso, recién casados, tocaba el momento de que nuestros invitados nos lanzaran arroz y lavanda (esto se me ocurrió porque me encanta su olor y creo que le dio un toque mediterráneo). Elegimos la canción de Dirty Dancing “The Time of my life” con la idea de improvisar el baile antes de salir de la ceremonia. Lo recuerdo como un momento super divertido igual que el de la entrada al aperitivo y al banquete. En ambos casos entramos bailando de forma improvisada y animamos a nuestros invitados a bailar con nosotros.

Durante el banquete, el tiempo nos pasó volando. Hay muchos momentos que no recuerdo al 100% (por eso creo que es un acierto haber cogido el video) pero si que hay uno que no olvidaré en la vida, el momento en que mi marido empezó a agradecer a los invitados su presencia e inesperadamente se giró hacia mi para sacar un papel de su bolsillo y dedicarme un precioso poema escrito por su puño y letra. En ese momento sentí que el hombre con el que me casaba no podía ser más perfecto y todavía hoy, hay una frase que recuerdo y me estremece la piel: “yo ya no puedo quererte más”. Fue el momento más bonito e inolvidable del día. Lástima que fuese tan efímero.

Después del pastel, hicimos varias entregas: a nuestros padres y hermanos, los novios a dos parejas de amigos y el ramo y la liga a dos de mis amigas. El ramo se lo entregué a mi amiga Susana. Es de esas cosas que tienes claras desde que sabes qué vas a casarte pues, bien, yo sabía que mi ramo iba a ser para Susana, no sólo por ser la persona con la que más detalles de mi boda he compartido día a día sino porque para nosotras recibir ese ramo tiene un significado muy especial (es como decirle que ella va a ser la siguiente y que yo voy a estar a su lado para ayudarle en todo lo que necesite). La liga se la entregué a una amiga soltera, como dicta la tradición, y fue a caer a las manos de mi amiga Vero. Pero para ello montamos un buen sarao. Colocamos una silla en medio de la pista y mientras yo bailaba nueve semanas y media, mi marido me quitaba la liga para ponérsela más tarde a la homenajeada. Fue el momento más sexy y divertido de todo el día y te aseguro que dejamos a nuestros invitados alucinando.

Luego llegó el baile. Elegimos la canción de Si tú me miras de Alejandro Sanz porque cuándo empezamos a salir me tatareaba al oído “si tú me miras, te enseñaré a decir te quiero sin hablar” y así lo hizo durante todo el baile. Nos fundimos en un abrazo y nos la susurramos al oído desde principio a fin. Del resto de baile me cuesta acordarme. Estuve bailando, charlando, haciéndome fotos en el photocall con todos los invitados y no volví a ver a mi marido hasta que nos dimos la mano para irnos al hotel de bodas.

Para mi hay muchos momentos que no olvidaré pero si tuviese que elegir uno te diría que el más especial es el momento en que vi a mi marido en el altar. Tan guapo, tan elegante, tan emocionado… ese momento y las ganas de disfrutar de nuestro día fueron las razones por las que no dejé de sonreír en todo el día.

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1 Comentario
  • carol
    junio 10, 2013

    Espectacular!! tuve el gran privilegio de pasar ese día junto a ti Mari y solo puedo decir esa palabra . Fue una boda espectacular, llena de sorpresas , detalles y una novia preciosa!

  • Nati
    septiembre 1, 2013

    que bonito!!!!!!

  • Confeti en los bolsillos
    septiembre 1, 2013

    Me ha encantado leer, lo que sintió cuando vio a su marido esperandola y que «Me miraba como si acabase de enamorarse de mi» y ella comenzó a temblar
    Jooo que bonito y romántico!!!
    Confeti en los bolsillos